Digital detox
Que hoy recibimos mucha información cada día, no es decir nada nuevo. Que lo hacemos en múltiples formatos, tampoco. Que no existe un esfuerzo serio por categorizarla, menos aún. Desde hace unos quince años, con el boom de las redes sociales, la 3G-4G, los móviles multiusos y las tarifas planas, se ha puesto a disposición del usuario corriente un elenco de aplicaciones, servicios y medios variados (pago, comunicación, denuncia, información, etc.) espectacular. Es más, aterrador. El despliegue supone llegar a un buffet del entretenimiento (porque a más profundidad parece complicado acceder si no es invirtiendo bastantes ganas) donde algunos periódicos parecen panfletos gacetilleros, con unas pocas noticias recopiladas de agencias que, a su vez, emplean becarios mal formados y con poco aprecio por la ortografía correcta y completa; donde los canales de televisión vomitan contenidos poco digeribles, claramente orientados a pasar el rato, sin más; donde la información de fútbol representa el primer motor del país; y donde Twitter y otros maleantes de similar calaña secuestran cualquier pensamiento más allá de un par de líneas (incluyendo hashtags, corazoncitos, auto-referencias y enlaces varios).
Porque el mundo digital resulta fascinante, aunque haya que ponerse muy serios para pararle los pies
Por supuesto, aparte de esta caricatura, existe un mundo normal y corriente. No todo resulta tan deprimente. Ni todos los niños miran continuamente la pantalla, incluso para almorzar o cruzar la calle por los pasos de cebra; ni todos los adultos tienen tres móviles durmiendo con ellos; ni todos los comunicadores son carnaza de una LOGSE mínima o de un plan Bolonia mal implementado. Existe un mundo más allá de esta infoxicación (referencia) que aplana el cerebro y el interés del chaval más perseverante por aprender, del padre más interesado por integrarse en la educación de sus hijos y del profesor más dispuesto a innovar y a llegar, día a día. Pero, para alcanzar ese mundo que, todo sea dicho de paso, era el mundo normal “pre-Internet-hasta-en-la-sopa”, se necesita seguir un camino de desintoxicación. Debemos recuperar a la persona por ser persona, no por sus likes, el número de citas en Google, los seguidores virtuales o el título chic de turno para picar y hacer click, tipo “El mejor chiste del siglo (y lo sabes)” o “Espectacular, maravilloso, lo nunca visto”, cual Barnum o Lancaster-Curtis, en pleno circo a tres pistas. Urge una desintoxicación digital para recuperar los espacios cotidianos, personales y sociales, y dejar que crezca algo, en lugar de consumir continuamente de forma saturada.
Posteriormente, esa persona, podrá utilizar de manera racional cualquier medio, incluyendo el objeto de nuestra crítica, donde podrá volcar y recuperar opiniones y conocimiento por doquier. Hay que graduarlo tanto acceso, contenido, canal y mensaje para una explotación razonada y equilibrada. Porque el mundo digital resulta fascinante, aunque haya que ponerse muy serios para pararle los pies.
Daniel Burgos
Octubre, 2018